Mi primer encuentro con el Gigante

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Por Gustavo Villapol

1998: Lo recuerdo claramente, la Junta Nacional Electoral puso la fecha de cierre de campaña y el comando, a pesar del gran reto que implicaba, decidió irse a la avenida Bolívar de Caracas. 
Hugo Chávez, el joven Tte. coronel que insurgió el 4-Feb de 1992; en 1997, recién anunciada su candidatura, apenas tenía 10% en las encuestas que hacían las viejas consultoras. Él recorrió todo el país enfrentándose a una hegemonía de 90 años, una burguesía atrofiada que vivía del petróleo y tenía su representación el bipartidismo de los últimos 40 años. 
Yo apenas tenía 14 años, mis padres ya estaban de frente con Chávez, y yo, en el liceo ya había tenido varias discusiones defendiendo lo que planteaba, mis principales objetivos a derrotar, algunos profesores del liceo adecos y copeyanos que lo satanizaban.
Nos vestimos y decidimos ir a la avenida Bolívar. Mi mamá militante de izquierda y mi papá de una familia adeca de base que, con mi mamá y su familia, consiguió respuestas a la situación que vivía el país haciéndose militante social del MAS, en la parroquia San Juan de Caracas.  
Llegamos temprano a la Av. Bolívar y los símbolos de una nueva época ya se sentían en el ambiente; sonaba Alí Primera y había banderas del MVR200, puños naranja del MAS, carteles pintados a mano de Chávez Presidente, mucha gente humilde, de pueblo, los que casi nunca salían de sus barrios; había banderas de Venezuela, la gente gritaba: el pueblo unido jamás será vencido. 
Yo, apenas un chamo, observaba todo en la medida que iba creciendo, la cantidad de personas y la expectativa porque venía el Comandante. 
Un señor le dijo a mi papá: si gana no lo van a dejar montarse en el coroto; otro, al lado dijo: pues se prenderá un peo. 
Fue cayendo la tarde y empezó un atardecer que traía con él un parto histórico.
Mi mamá, ya en su silla de ruedas, me comentaba: si gana, le van a hacer lo que a Allende; yo, a esa edad, ya me había leído un librito de mi tío en la casa de mi abuela, –escrito por Fidel Castro– que se llamaba: Las grandes alamedas, en él contaba todo lo que le había sucedido a Allende en Chile; así que entendí a mamá. 
Yo observaba, escuchaba, iba tejiendo mi pensamiento en ese ambiente de efervescencia política, era la muerte de una época y el comienzo de otra. 
De repente, todo el mundo comenzó a correr de los laterales de la avenida al centro –una avenida gigante de 4 canales– puse a mi mamá a un lado para que no le hicieran daño, alcé la vista y vi a un hombre flaco y alto, de tez india y pelo negro ensortijado, con una boina roja; él venía por el centro de la avenida montado en una especie de plataforma improvisada, agitaba los brazos con una fuerza que parecía venida de otro planeta, la gente se agrupaba, corrían, se caían, tenían la necesidad de verlo, de tocarlo, él sobre su cabeza hacía un gesto con el puño izquierdo cerrado y la mano derecha abierta las juntaba con fuerza, la gente lo imitaba.
Yo, apenas con 14 años, ya era de la selección de beisbol, jugaba fútbol sala, básquet, hacía artes marciales, así que sin autorización de mis padres y dejando a mamá a un lado, utilice mis virtudes físicas para correr como una gacela gritando: ¡ahí viene Chávez, ahí viene Chávez! Volé por encima de todo el mundo, brinque hasta que me monte en una baranda de metal y de repente, al pasar frente a mi, yo le grite con la fuerza de millones: ¡Cháaaaaavez!. Fue tan fuerte que en medio de tanta gente el volteó y yo sentí que me señalaba y luego realizó ese gesto del puño y la mano juntándose, yo lo imité en el gesto y sentí un frío en mi cuerpo, como cuando pasan cosas de esas que uno no puede explicar, a mi rostro se le quedó fijada una sonrisa eterna por la oportunidad de haber vivido los tiempos de un Gigante. 

Ay Marzo, Ay Chávez, hay Chávez, ahí Chávez...
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